Perdió a una hermana en un accidente con el tren; perdió a su padre, a su hermano y a su cuñada en un crimen terrible; padeció violencia física y psicológica durante su matrimonio y acoso sistemático una vez divorciada… No se considera una víctima ni quiere que le tengan lástima. Gladys Borgo se levantó, se reconstruyó y aprendió a disfrutar de su presente.

Por Claudia Cagigas

Gladys Borgo hoy está en paz. Mira hacia atrás y aún le cuesta creer la cantidad de rocas durísimas, afiladas, cortantes que fueron surgiendo en su camino y la fortaleza que tuvo para sobrepasarlas, a pesar de las heridas que quedaron en su cuerpo y en su alma.

Vive en Chajarí. Es docente jubilada y hoy tiene tiempo para mirar hacia adentro y encontrarse con el rostro del dolor, dejarlo llorar a su antojo y seguir sanando… Entrevistada en el programa EL ESPEJO (Radio Show Chajarí), se enfrentó a ese pasado y recordó… pero sin victimizarse y dejando en claro que no quiere que le tengan lástima.

Dicen que las palabras curan y quizás, el poner en palabras lo vivido, la ayuda a regenerar los tejidos físicos y emocionales dañados; al mismo tiempo que ayuda a otras personas con su ejemplo de resiliencia. Porque si hay algo que queda clarito es su capacidad de adaptarse a las situaciones adversas de una manera positiva.

La pérdida de su hermana “Pina” en un accidente con el tren

El primer golpe durísimo Gladys Borgo lo enfrentó en 1985, cuando en un accidente con el tren perdió a su hermana Rosa Teresa “Pina” Borgo; su hermana del alma con la que había vivido muchos años y compartido tantas vivencias -de las lindas y de las duras también-. Cuando Pina falleció, a Gladys la llevaron engañada al hospital. Le dijeron que sólo había sufrido un accidente. Claro está que el engaño era insostenible, así que entre abrazos de sus tías y promesas de que “Pina iba a estar bien”, una religiosa del hospital intervino y cortó la cadena de mentiras. “¡¿Hasta cuándo van a seguir engañando a esta chica?!”, dijo entonces la Hermana, “hay que decirle la verdad”. Entonces, le contó del fallecimiento de Pina y la acompañó a la morgue. Gladys sintió que las fuerzas se le esfumaban… estaba rota por dentro y ya no había vuelta atrás… Pero no había tregua, cumplidos con todos los trámites y ceremonias de rigor, pronto volvió a trabajar “como si nada”, tratando de disimular en la escuela y sólo dejando caer algunas lágrimas cuando llegaba a su casa.

El maltrato físico, psicológico y económico de un marido violento

La vida siguió su curso. Gladys se enamoró, se casó en 1990 y ahí comenzó un nuevo infierno que duraría décadas. El encanto y el sueño de constituir una familia, pronto se desvaneció entre infidelidades, golpes, violencia psicológica y económica también. Tuvo dos hijas (Carla y Aldana) que también sufrían la violencia de su padre. Gladys soportó muchísimos años porque, como toda víctima de violencia familiar, tenía un montón de miedos y de factores emocionales y psicológicos que le impedían tomar la decisión de terminar la relación.

Finalmente lo hizo. Para ese entonces su madre, María Magdalena “Maruca” Calgaro, vivía con ella porque ya había ocurrido el triple asesinato, del cual en breve hablaremos. Esta señora estaba enferma, postrada en una cama y cuando Gladys se iba a trabajar, el marido de Gladys la golpeaba. Esa fue la gota que colmó el vaso… Luego de ser desoída muchas veces por la Policía y por la Justicia y haciendo un tremendo esfuerzo económico, alquiló una casa y se mudó, llevándose consigo a su madre y sus hijas. Seguía trabajando como docente y vendía algunas comidas para afrontar sola el sostén de su familia… Pero sentía que no podía más…

La cara del horror: el triple asesinato

El tercer golpe fue el horror que sacudió a su familia el 15 de julio de 1999. Esa noche fueron asesinados su padre, Enrique Borgo (71); su hermano Eduardo “Tino” Borgo (48) y su cuñada Margarita Eva “China” Peliquero (44) en la vivienda que habitaban a la vera de la entonces Ruta Nacional 14, a cuatro kilómetros de Mocoretá.

Allí funcionaba un almacén y allí llegaron cinco changarines que trabajaban en una quinta cercana. Nunca quedó en claro el móvil del crimen, pero sí la identidad de los asesinos, que esa misma noche, antes que los cuerpos fueran encontrados, tomaron un remise hasta Paso de los Libres y luego se esfumaron en Paraguay.

La noche del horror también estaba en la vivienda Sebastián (12), el hijo pequeño del matrimonio asesinado quien, afortunadamente no escuchó nada y siguió durmiendo hasta el otro día. También estaba “Maruca”, la mamá de Gladys. Ya postrada en su cama fue testigo de parte de lo sucedido, mientras uno de los asesinos la amenazaba para que no grite… “Creo que no la mataron porque pensaron que mi mamá no iba a poder hacerse entender ni reconocerlos”, supone Gladys. Pero el terror le quedó para siempre y lo manifestaba con sus gritos durante los años de agonía que siguieron.

Consumado el asesinato, la escena quedó intacta hasta la mañana del 16 de julio cuando Daniel, el hijo mayor de Enrique (Tino) y Mabel (China) llegó al lugar. Él vivía en Mocoretá y acostumbraba dar “una vueltita” para ver a su familia. Le llamó la atención encontrar el negocio cerrado, así que bajó y comenzó a recorrer el lugar…

No es necesario describir el cuadro que encontró. Sólo basta con decir que despertó a su pequeño hermano dormido, también se acercó a su abuela Maruca y dio aviso del hecho… Luego llegó la Policía, vecinos a montones, medios de comunicación y cuanta persona uno se pueda imaginar…

Como decíamos anteriormente, Gladys se hizo cargo de su mamá “Maruca” y luego ayudó otra de las hermanas de Gladys. “Maruca” falleció en 2005.

¿Cómo levantarse ante tanta tragedia?

Sin dudas que Gladys no es la única persona marcada por la tragedia familiar, pero nos centramos en ella por la sucesión de hechos crueles que padeció, por la forma en que pudo seguir adelante y porque está dispuesta a hablar. La historia de Gladys me llegó a través del docente jubilado Marcelo Colicelli, quien está trabajando en un libro sobre su vida. Este texto aún no está publicado, sino que se encuentra en etapa de revisión y corrección. Quizás en un futuro se obtengan los fondos para publicarlo.

A todas aquellas personas que hoy están enfrentando momentos difíciles, el mensaje es que se puede resurgir del infierno, del más tremendo, pero con mucho tesón. Como muchas personas Gladys padeció depresión, ideó quitarse la vida, pero la salvó el pensamiento de que, si lo hacía, sus dos hijas quedaban solas en el mundo. También la fe la ayudó, aunque aclaró que, siendo católica por tradición familiar, no encontró apoyo en ningún sacerdote, pero sí lo encontró en un pastor evangelista a quien le está agradecida de por vida.

Vivir en paz después de todo…

Mirando hacia atrás, confiesa que verdaderamente pudo sentirse en paz cuando cinco días antes de fallecer el padre de sus hijas, la llamó, la hizo sentar a los pies de la cama donde convalecía y le pidió perdón por todo el daño que había hecho. Gladys perdonó y se liberó de ese dolor que aún le aprisionaba el alma… “Eso me dejó una paz enorme y sé que él se fue en paz”, dijo a seis años de aquel entonces.

“Si miro para atrás no puedo creer que pasé por tantas, pero el pie fundamental para estar como estoy fueron mis hijas. Luché por ellas, para darles un estudio y esa fue la fuerza que me llevó adelante. También me impulsó ver a mis sobrinos que quedaron huérfanos de padre y madre (Sebastián y Daniel) y al hijo de Pina que quedó huérfano de madre. Si miro para atrás veo que hoy ya no soy un robot como lo fui durante 23 años; que dejé de serlo cuando falleció mi marido y me liberé del miedo –porque seguía persiguiéndome y temía que me mate o le haga algo a mis hijas-. Yo era un robot porque todo lo hacía mecánicamente de la noche a la mañana, era sumisa, me callaba, aunque tuviese razón. Si miro hacia atrás noto que recién ahora me quiero, me doy cuenta de lo que valgo, me gusta vivir cómoda, pero con lo simple. Hoy en día tengo deseos simples como un abrazo, un beso, un te quiero de personas que me aceptan tal como soy. Deseo dormir tranquila y en paz, creyendo haber hecho lo mejor posible. Deseo encontrar un lugar para llorar sin esconderme. Deseo de corazón cumplir con aquellos deseos y proyectos pendientes”.

Qué más agregar… las palabras de Gladys son un bálsamo, una esperanza, un mensaje fuerte para recordar cuando las tormentas pasen por nuestra vida. Hay tormentas suaves, otras fuertes, hay ciclones, tsunamis… hay de todo… en las manos de cada uno está dar batalla para resurgir y volver a sonreír como Gladys.

Gentileza: El Espejo Revista Virtual