Está conforme con lo que hace, con su carrito y con su forma de ser. Pero aspira a más… quiere crecer, quiere montar su propia empresa del cartón para poder acopiar y vender en Buenos Aires. Trabajo, voluntad, creatividad y fe, no le faltan… En esta nota de EL ESPEJO, Jorge nos da una lección de vida.
Por Claudia Cagigas
Lo vemos a diario recorriendo Avenida 9 de Julio, Alem, 1° de Mayo y calle Urquiza. Lo escuchamos desde lejos porque le pone música a las tardes y mañanas de Chajarí, ya que su “carromato” –como él lo llama- tiene un parlante que conecta a su celular por bluetooth y desde allí pasa chamamé y alguna cumbia. Jorge Nuñez es una persona querida y se ha convertido en parte de lo que uno sabe que encontrará en el paisaje urbanístico. Uno sabe que al verlo se nos dibujará una sonrisa, e inevitablemente la mirada se nos desviará a su “carromato”, donde no sólo se apilan varios kilos de cartones sino también hay banderines con publicidades de negocios y algunas cosas más. Jorge puede dar cátedra de laboriosidad, creatividad, ansias de crecimiento y astucia para hacer crecer su emprendimiento como cartonero. Hay un sueño que lo impulsa: “levantarse algún día, ser alguien y convertirse en un gran empresario del cartón”.
Entrevistado en el programa EL ESPEJO (Radio Show Chajarí), Jorge Nuñez contó que nació en Paraná. Su papá era cartonero. “Tenía un carro como el mío y trabajaba para mantenernos, éramos muchos hermanos”, dijo.
Jorge prácticamente no conoció a su papá porque éste falleció cuando era muy pequeñito. “Tomaba mucho, la bebida lo mató. Quedó mi mamá sola y se juntó con un paisano de Los Conquistadores que trabajaba de puestero en una estancia. Él fue como mi padre, me crio, me dio consejos, me educó”, recordó.
Luego de pasar un tiempo en Los Conquistadores y sin un lugar fijo donde vivir, llegaron a Chajarí y se radicaron en un terreno municipal, a la vera del Arroyo Chajarí. Ahí construyeron una vivienda de tablas y comenzaron a ganarse la vida yendo al entones “basural a cielo abierto”, a rescatar elementos para reciclar y vender, y también comida… La vida fue muy dura… “No voy a negar que comimos de la basura, eran momentos críticos porque mi viejo no tenía laburo. Buscábamos cobre, bronce, hierro, aluminio que le vendíamos a un viejito Rolando, que vivía al fondo de la 9 de Julio. El también compraba cartón, pero no teníamos cómo llevarlo”. Como Jorge era pequeño, pero ya venía el negocio, le propuso a su padre recuperar y vender cartón. Entonces, “un hombre de apellido Torres, que fue el primer cartonero de Chajarí, me consiguió un carrito. Pero las ruedas se me torcían por el peso. Entonces Don Rolando me dijo que le junte comida para los chanchos y eso hice”, recordó.
Jorge no sabe leer ni escribir, pero esa cuestión no frena la confianza en sí mismo ni las ganas de trabajar todos los días para mejorar. “Fui a primer y segundo grado, pero mi vieja me sacó porque no me daba la mente para aprender. No pude conocer ni una letra”, dijo. “Podría hacer changas de otra cosa, pero como no me gusta que me manden, junto cartón”.
Para llevar adelante esta tarea tuvo varias bicicletas y carritos, que fue reconvirtiendo con el tiempo, para que sean más fuertes y le permitan transportar mayor cantidad de kilos. Mucha gente lo ayudó. Hoy cuenta con una bicicleta con cambios, que él mismo se compró con su trabajo, y un “carromato” con cuatro ruedas fuertes que le permiten circulan con mayor seguridad. Alrededor lleva colocado banderas de algunas firmas comerciales y para reforzar esta publicidad, pasa a través de su parlante algunos spots grabados por un locutor.
Vivir sin mamá…
Jorge Nuñez creció muy pegado a su mamá, vivió con ella y la acompañó hasta el día de su muerte. “Vivíamos en un ranchito petiso, de madera, mi vieja ya estaba enferma y no podía levantarse. Un día me encuentro con una señora en la farmacia, me preguntó dónde vivía y se me apareció con gente del Club de Leones Mandisoví. Esa señora se llama Susana y es mi abuela del corazón. El Club de Leones nos ayudó mucho y lograron que la Municipalidad nos hicieran una casita en el mismo lugar donde vivíamos. Tenía piso de cemento y todo. Mi mamá alcanzó a disfrutarla unos días y se murió. Después Susana me ayudó a conseguir la pensión de mi mamá y gracias a Dios hoy tengo ese sueldito que usé para poner cerámica en el piso y revocar las paredes”.
“Cuando mi mamá se terminó yo pensaba ‘qué voy a hacer ahora’, porque nunca salí de su lado. No me dejaba salir, ella tenía otra religión, era evangelista, me decía que los bailes eran malos porque uno toma. Mi hermano toma y se enloquece, es un caso perdido y como mi viejo biológico tomaba, ella me decía que nunca agarre el vicio de la bebida y el cigarrillo. Hoy soy un excelente hombre gracias a ella y a mi viejo que me enseñaron. Nunca toqué nada, la gente me aprecia, me gusta ser generoso, bueno y darle una mano al que necesita”, reconoció. Tras fallecer su mamá, Jorge viajó a Paraná acompañado de Susana y, además de tramitar la pensión, pudo conocer la ciudad donde había nacido. Ese recuerdo es un tesoro preciado para él.
Diez horas de trabajo diario con unos 150 kilos a cuesta
El trabajo de cartero es duro y lleva muchas horas de recorrido para lograr el propósito. Jorge sale a las 8 de la mañana y retorna a su casa a las 12/13 horas. Y de tarde comienza a las 15 hasta las 19/20/21 horas, depende del día y del material a levantar. “A veces llevo 150 kilos, 180 kilos de cartón. En la subida no me da el cambio, entonces tengo que cinchar”.
La música como aviso/la competencia
La música, además de una forma de transmitir su alegría, es también una herramienta más de trabajo. “La tengo como aviso para que la gente escuche y saque el cartón, porque ahora hay más cartoneros”.
La competencia por el cartón es un aspecto que lo preocupa y lo llevó a anexar publicidad a su negocio. “Cuando vi que los otros cartoneros empezaron a juntar, me dije ‘tengo que hacer algo, si me quitan el trabajo me tengo que preparar, no me queda otra”. Entonces tomó el consejo que un abogado le dio y comenzó a vender publicidad para su carro.
Conocedor del oficio, insiste en la importancia de “trabajar limpio”. Por eso, aunque lo que le sirve sólo es el cartón, junta todo para no dejar “mugre a la gente ni desparramar. En mi casa separo el nylon, el telgopor y quemo. Vendo el cartón limpio, empaquetado para que me rinda más el viaje”.
El momento más duro
El momento más duro de su vida fue cuando perdió a su madre. “Ese día me deprimí mucho, me refugié en el trabajo, agaché la cabeza y seguí adelante. Hoy por hoy estoy agradecido con toda la gente que me ayudó y me sigue ayudando guardándome el cartón. Ahora ando bien. Estoy muy contento con lo que hago. Me conformo con el carrito que tengo, con la forma que soy, con mi personalidad”.
El sueño de convertirse en empresario
No lo piensa mucho cuando se le pregunta por su sueño. De inmediato responde: “Levantarme algún día, ser alguien, ser un empresario. Hoy le vendo el cartón empaquetado a un hombre, pero no sé si él va a seguir comprando toda la vida. Entonces quiero formar mi propia empresa.
¿Qué le haría falta para formar esa empresa? Dinero para comprar una prensa para el cartón, un terreno más grande, un galpón y contactarse con alguien de afuera para venderle el producido.
“Tenés que juntar más o menos unos 15 mil kilos de cartón. Necesito un terreno más grande y un galpón para formar mi propio negocio, porque el terreno que tengo es chiquito y el galponcito también. Mi idea es hacer todo eso y vender yo directamente el cartón en Buenos Aires, consiguiendo alguna persona que compre allá”.
Para lograrlo antepone la fe. “Acá lo importante es la fe, porque mueve montañas. Yo sé qué algún día me voy a levantar. ¿Cómo haría eso? Ahorrando, todavía no puedo ahorrar nada, pero algún día lo voy a poder hacer. Hay que echarle muchas ganas también. Me gusta trabajar, me gusta ganarme la vida, me gusta conocer gente, en la calle se conoce de todo, gente buena, gente mala. Pienso ser alguien en la vida, pienso en ser un gran empresario algún día”.
El mensaje que la historia de Jorge nos deja es muy fuerte… indudablemente no hay excusas cuando las ganas de superarse están presentes, indudablemente los valores que su madre y su padre le transmitieron fueron herramientas indispensables para una vida digna y que la cultura del trabajo que le transmitieron también. No pide que le regalen nada para cumplir su sueño; sólo alude a la fe y a “ponerle ganas”. Para pensar en los tiempos que corren…
Gentileza: El Espejo Revista Virtual